De Miedos, Batallas y Respuestas.

Sí, algo había cambiado. Aún así, el tormento le mordía los talones cada vez que intentaba dar un paso en alguna dirección cualquiera. La mínima sospecha de caer en lo equívoco una vez más, erradicaba de su ser cualquier chispa de impulso de movimiento. 

El Miedo: su mejor aliado, y su fiel enemigo. 

Haber llegado hasta ahí, claro está, le había costado muchos raspones en las rodillas, algunos cortes en la cara, y varias torceduras de tobillo. También algún que otro tambaleo sobre el borde filoso de la penumbra del silencio. 
Pero no había logrado aún despegarse de su viejo compañero, que la abrazaba con fuerza, sin la intención de dejarla ir.

Se encontró nuevamente amaneciendo sin deseos. La vida le parecía aburrida. La mañana, su momento favorito del día, un fastidio. El famoso sinsentido, se dijo. 
La rutina era la de siempre: levantarse de la cama con un esfuerzo casi inhumano, saludar a la familia, poner la pava sobre el fuego, hacerse unas tostadas, y proceder a no responder ni una de las millones de preguntas que le había hecho a la almohada en horas anteriores.
Luego, lecturas sin pausa, tal vez sólo para almorzar, o para cambiarle la yerba al mate. 
A las cinco de la tarde, se preparaba para ir a cursar una carrera que le gustaba mucho. Le gustaba como cualquier otra cosa, y algo le despertaba en su interior. Pero no era su verdadera pasión. 
Regresaba a la noche, tarde, después de la hora de cenar.
Durante la madrugada, volvían las millones de preguntas, que revoloteaban sobre su cuerpo, inquietas y sombrías, mientras el tormento le mordía los talones, sin permitirle moverse ni un centímetro más allá, con el fin de evitar despertarse al día siguiente con lastimaduras que le dificultaran ponerse las zapatillas.

Los días pasaban, todos en fila, y vestidos siempre iguales.

Ahora el calor comenzaba a acechar, y el cansancio también. Lo insostenible ya era completamente insostenible, y comenzaba a respirarse a su alrededor los aires ansiosos de una nueva guerra: El Miedo había abandonado su naturaleza dual para convertirse en un Monstruo gigante que amenazaba con amordazarla por siempre, y hacerla así, su eterna esclava. Y no tenía armas para combatirlo, sólo la punta filosa de una birome con poca tinta.

Pero junto a esta tensión emergiendo y caldeándose cada día más, el Verano llegó como nuevo aliado, proponiendo un juego, ésta vez distinto, cuya única regla era bailar con los brazos extendidos y los pies descalzos. 
Dudó mucho, durante algunos días, incluso semanas. El Monstruo seguía haciéndose aún más grande y temiblemente más fuerte, cada día que transcurría. Pero esta propuesta le sedujo hasta el alma. Bailar era un viejo deseo que nunca había satisfecho. Y cayó en la cuenta de que ésa podía ser un arma perfecta, que le permitía dar pelea, de igual a igual. 
Se puso entonces su vestido celeste, unos aros bonitos, su mejor perfume, soltó su cabello, y comenzó a mover el cuerpo, con los brazos extendidos y los pies descalzos sobre la tierra seca. 

Se había liberado. 
Había ganado su primer guerra.

Pero a pesar de tener un gran triunfo a su favor, que le aportaba un poco más de poder y confianza en sí misma, todavía le quedaba algo pendiente a resolver: responder el cúmulo de preguntas que emergían desde el vacío, cuando el silencio inminente comenzaba a reinar en la densa oscuridad de su cuarto.

Le resultaba insoportable ahora, después de haber ganado la batalla y de haber probado lo que se sentía finalmente tener el cuerpo suelto danzando sin ningún control sobre sí, mantener vivas esas preguntas sin respuestas.

Cuando se tienen muchas de éstas, no es una sorpresa que en el cuento aparezcan personajes de forma repentina, que acerquen al protagonista una solución mágica, en el momento más oportuno. Y en éste, es el Mensajero quien entró en escena, de manera increíblemente heróica. 
Y le había traído un Regalo, sin siquiera conocerla, pero no sin antes decir Hola. 

Los Mensajeros traen siempre regalos. A veces son herramientas con las cuales una puede arreglar cosas viejas y rotas, a veces flores para adornar alguna parte de la casa, a veces sólo un beso, para dormir mejor y con una sonrisa, o simplemente palabras. 
El presente recibido era justo lo que necesitaba, como era de esperar. Y con él pudo darle fin a toda esa lista casi infinita de largos interrogantes.


Poco tiempo después, se encontraba en un tren rumbo a Retiro, con su mochila en el portaequipaje, mientras se hacía un mate para atravesar con más calidez esas horas frías que le restaban transitar sentada en aquella rígida e incómoda butaca; horas que eran apenas las primeras del largo viaje que había decidido al fin emprender.

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01.01.2021