Registro de cuaderno II.

Martes, 18 de Febrero. 17:59.   Parque Lezama.

Estoy recostada sobre un árbol hermoso. Si no me equivoco es un liquidámbar, y es gigante. Mi árbol favorito.
Es un día precioso, tranquilo, y la temperatura está ideal. Haberme bajado instintivamente del bondi, sin pensarlo, creo que fue lo mejor que pude haber hecho. El día de trabajo fue agotador hoy.
Y este parque es especial. Tiene un noséqué que quéséyo.
Unos chicos muy amables me convidaron fuego cuando estaba caminando por ahí, buscando el lugar perfecto para sentarme. Y mientras prendía el cigarro, les contaba que el perro que me acompañaba no era mío, y que qué hermoso que era. Creo que quería quedarme y charlar con ellos. No lo hice. No sé por qué. Me fui. Y me senté acá, al Sol. Aunque ahora está oculto por unos árboles finos y largos. Sólo son dos. No, tres. Son como una especie de pinos. Muy bonitos.
Hay una brisa, suave. Y yo me siento cada vez mejor. Cada segundo que pasa más en paz. Siento que floto.
Amaría tener un mate y algo rico para comer. Ahora tengo hambre.
Creo que voy a venir acá más seguido. A escribir, con unos mates, a estar un rato sola, conmigo.
Observo. Suspiro. Qué hermoso todo.

Los chicos del fuego están ahí. Los veo desde acá. También me ven.
Una nena y un nene se pusieron a jugar con una pelota. Los observo. Les sonrío. Creo que les dio vergüenza, y se van.
El Sol ilumina, tiene color dorado. Pareciera que todo brilla.
Ahora me dio frío, y me tapé con mi manta. Me hago bolita en ella. Sigo recostada, como si estuviese en un sillón. Placer.
Una nube cubre el Sol, todo se puso un poco tenue. Refresca.
Pero ahora se corren, rápidamente. El pasto vuelve a brillar. Verde y dorado. Y otra vez, las nubes no dejan de pasar.
Hay amigxs, amores, familias. Y una chica sola sentada en un banco. Y muchos perros y pájaros.
El Sol vuelve a dar su brillo. Y se respira verde.
Ella abraza su mochila. Mira, no sé a dónde. Piensa. Un helicóptero pasa. Y ella observa.
Se queda con la mirada suspendida por ahí.
¿Qué ve?
Hace un rato, se dejaba reposar en el banco, con un brazo extendido sobre el respaldo y el resto de su cuerpo estirado, con los pies cruzados sobre el camino.
Pasa un perrito, y lo sigue con la mirada. Sonríe.
Se toca la nariz, con la punta de sus dedos. Y mira.
Pasa una mamá con su bebé. Y ahora soy yo quien sonríe.
Allá, los chicos del fuego charlan. Toman birra. Se ríen de algo que uno de ellos dijo, mientras el de la remera rallada fuma.
Una latita a cada lado del banco.
Miran cada tanto. Y yo los veo, les sonrío, y corro la mirada. Me caen bien.
Y vuelvo a buscar a la chica. Pero se fue.
La nena que jugaba a la pelota, ahora salta la soga. Muy rápido. Demasiado. Me da gracia.
Un grupo de amigos pasa, y van cantando algo. Son un montón. Uno tiene un sombrero.
Se ven esos bichitos, todos juntos, como enjambre, suspendidos en el aire, a contraluz. Parecen blancos, que brillan.
Y cuántos árboles hay acá. Cuánto verde.
Más allá se ven unas estatuas, estilo romano.
Acá arriba, un nidito de hornero. Sonrío al verlo. Porque todo adentro sonríe, ahora, en plena paz.
Y el Sol me vuelve a iluminar. Débilmente, pero cada segundo más.
Y escribo, ésto. Y el Sol me da en las piernas. Se siente calentito. Y vuelvo a sonreír. Es perfecta esta escena.
Estoy descalza. Tengo un poco de frío en los pies, y en el resto del cuerpo también.
Desearía que este momento durara más tiempo.

Pienso, mientras observo.
¿Me abrazará el Sol, un poco más?
O mejor me muevo un poco más allá.
Sólo unos centímetros más...
Bueno, quizás.

Me pongo de pie, y camino. Hago tres pasos. Y el Sol me inunda. Me siento.
Minutos, y ahora ya casi me toca la sombra.
¿Un poco más atrás?
Levanto la vista y observo. El Sol me cega. Los chicos del fuego no están más.
Ahora la sombra se hace presente.
Pienso que es momento de irme, de no estar más acá.
Me pierdo en un pensamiento: imagino el camino a casa, con lo último de Sol que queda, y yo sonriendo.
El 33.
El puente, y el atardecer naranja radiante sobre el río.
Yo parada entre mucha gente, observando de frente, mientras alguna canción favorita musicaliza la escena.
Bajarme, caminar tres, cuatro cuadras.
Tocar timbre dos veces, y que la puerta se abra. Y detrás de ella, mi abuela. O mi prima. Saludarla con una sonrisa de oreja a oreja y un abrazo bien fuerte. Mi primito, corriendo hacia mí, como siempre, buscando que lo ataje en un abrazo y lo haga volar un poco, en círculos, para que después sus pies toquen la tierra y yo le de muchos besos y él se ría, porque le dan cosquillas.

Mejor me voy ya. Ahora quiero llegar a Casa y ver ese atardecer sobre el Puente.

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01.01.2021