Bueno, qué sé yo.

Le juro, por todo el amor que existe en este mundo, que no me arrepiento de nada de lo que he vivido. De absolutamente nada. Creo muy firmemente en que así estuvo bien; que el aprendizaje, por momentos brillante y en otros un tanto doloroso, fue Justo el que debía ser.
Pero si pudiese jugar, por lo menos un ratito, a editar el historial y reescribir algunas líneas de aquel viaje... Tal vez cambiaría algunas pocas escenas.

La primera: quedarme un poco más en el Norte. En Jujuy, en realidad. 
En la subida, al comienzo del viaje, sólo estuve tres días en aquella provincia. La impresión que tuve al llegar a Purmamarca, después de haber pasado algunos días haciendo dedo y durmiendo al costado de la ruta, fue suficiente para sentirme expulsada y prometer, en un acto colmado de indignación, que en tres días llegaría a Bolivia. 
Y sí, en tres días llegué a Bolivia. No me pregunte cómo, pero llegué.
Aunque todo me parecía "bonito" en aquellas tierras secas y desbordantes en colores y formas extrañas, la estaba pasando tan mal que deseaba con todas mis fuerzas huir. Tiempo después, me dí cuenta de que huir del lugar no era la solución al problema, y que en realidad sólo tenía que reconocer que lo que dolía era otra cosa, y que debía hacer algo al respecto. Lo hice, sí. Pero cuatro meses después, cuando regresé finalmente a Purmamarca después de caminar casi todo ese tiempo por Bolivia.

La segunda: haberme quedado tanto tiempo en Samaipata. 
Sí, sí. Sabemos que fue la mayor transformación. Eso está clarísimo. Pero ahora veo, desde este presente, todo el estancamiento que ese tiempo generó (creo que fue un exceso), y que la transformación podría haber sido de otras formas, un poco más amenas quizás. 
Tal vez hubiese podido recorrer más y mejor, si decidía no instalarme en el lugar. Tal vez hubiese aprendido más. Tal vez no hubiese quedado tanto mapa en el tintero. 

La tercera: animarme a seguir mi intuición y golpear una puerta, para dar un abrazo a alguien que no conocía.
Bueno, sobre ésto no hay mucho más que agregar. Ya lo dejé increíblemente explícito en varios de los escritos aquí publicados (aunque ahora un poco me avergüence tanta exposición).
Debo reconocer que es demasiada la intriga que hoy me genera el Misterio que se escondía detrás de aquella puerta.

La cuarta: desviar mi camino a casa.
Imaginemos que todo lo anterior se queda tal cual sucedió. Digamos que así estuvo bien, y que fue lo Justo. Ahora, pensemos que éste punto, el número cuatro, es el que más posibilidades de cambio puede llegar a tener. Pues claro, es que fue el Final. Siempre, en los cuentos, son los finales los que tienen más chances de querer ser modificados. Supongo que sucede por su carácter culminante, que inspira a cualquier persona a desear transformarlo. Creo que, de alguna forma, a nadie le gusta que algo bonito se de por terminado.
Entonces, ahora pienso que lo que de verdad reescribiría, sería el Final del Viaje.

En muchos momentos, ya de vuelta en Purmamarca, donde pasé unas cuántas semanas cuando decidí volver a Argentina (aclaro: no tenía pensado volver a Buenos Aires en ese entonces, sino que ése era el punto estratégico para seguir viaje, y dirigirme por la 52 a Chile, con amigos), tuve muchas ansias de calzame la mochila, salir sola a la ruta, y ver en qué podía desembocar esa decisión. Ansias que sofoqué gracias al Sr Monstruo, mi terrible aliado y fiel enemigo, protagonista de muchas de mis historias: el maldito Miedo que muerde talones y no te deja caminar tranquila.
Realmente, me hubiese gustado mucho animarme a viajar sola. 
En aquel momento, el viaje había cambiado por completo, y la compañía ya no era la del principio. El problema del punto uno de esta lista había sido finalmente resuelto, y con éxito, aunque haya salido perdiendo en algunos aspectos, con la división de bienes, lo cual sumó peso al miedo.

Pero más tarde decidí, después de mucha reflexión e introspección, volver a Capital Federal a retomar mis estudios. 
En el viaje de vuelta, desde Purmamarca hasta San Pedro, Buenos Aires (mi lugar de origen y donde se encuentra mi familia), me dí cuenta de que podía aventurarme a transitar nuevos caminos sola, si verdaderamente así lo quería. Y ese fue, definitivamente, el mejor momento del viaje. 
Acompáñeme a recordar éstas escenas: yo, sola, a las 2:00 AM en una estación, peleando contra el cansancio que me pedía por favor que cerrara los ojos, al menos por un ratito, mientras esperaba a que llegara el bus - que ya tenía una hora y media de retraso -, para seguir viaje; 5:00 AM, ya durmiendo plácidamente, sola, en aquella butaca como si fuese el mejor colchón, dirigiéndome hacia otra ciudad que también desconocía; de nuevo, sola, recién llegada a ese lugar, jugando a caminar - en pequeños saltos, sin gps en mano y con una enorme sonrisa - por aquellas calles empedradas tan antiguas, mientras buscaba dónde sentarme a desayunar, junto a mi cuaderno amarillo y mi lapicera negra, para hacer tiempo antes de subirme al tren, y registrar así, entre un café con tostadas, mermeladas, frutas y miel, toda aquella nueva odisea que me estaba resultando increíblemente fascinante; y luego, el extenso viaje en Tren, también, sola. Conmigo.

Esa fue la primera vez que sentí verdadera Libertad. Me sentí plena, liviana. Deseé seguir. Pero ya había tomado La Decisión y me parecía una locura cambiar todo el plan, de un minuto a otro. Seguí la línea que había trazado en el mapa y en el otro, en el de la vida, y así, treinta y seis horas después, llegué a la casa de mis padres (aunque debo confesar que cuando pasé por Córdoba, tuve que respirar hondo para no bajarme del tren, y no tirar todo el plan por la borda).

El Final del Viaje. 

Tal vez, si hubiese tomado la decisión de seguir ruta (de bajarme en Córdoba, por ejemplo, y seguir la flecha hacia el Sur, como lo había imaginado en su momento) y no volver a casa, hubiese sido una realidad muy distinta, en aquellos momentos y en éste. Y yo también. Aunque supongo que de todas formas, el corona virus me hubiese traído de vuelta. Esta cuarentena iba a suceder, sin importar cuáles hubiesen sido mis elecciones. 

Pero bueno, qué sé yo. Sepa entender que cuando veo fotos o vídeos de aquel viaje, mi mente crea posibles historias o realidades alternas, y se va divagando por ahí, esquivando todas las lecturas pendientes de psicología y sociología que tengo frente a mí sobre la mesa, observándome en este preciso momento, mientras escucho a Santaolalla y se hicieron las cuatro de la madrugada; y se queda por allá, en algún lugar que supe apreciar y con ganas de seguir creando mil historias más, lejos de esta jodidísima y terrorífica realidad que parece salida de una ficción con tintes apocalípticos, y que a muchos nos mantiene enjaulados, con las bocas tapadas y las manos llenas de alcohol, temiendo ser asesinados por un bicho que ni siquiera podemos ver, y sin poder vislumbrar un futuro posible.

Pero bueno, qué sé yo.
Al parecer, soñar despiertos al menos por un rato, es el escape perfecto a estos momentos, ¿no le parece?

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01.01.2021