Inquietud quieta.

La luz tenue que entraba por la ventana teñía el lugar, agregándole aún más nostalgia a todo el asunto.
No fue fácil para esa alma inquieta atar sus pies. El anhelo de caminar despreocupados era como la maldita piedra en el zapato que molesta hasta el hartazgo y que incluso duele porque lastima, si no se quita rápidamente.
Sus manos, ya un poco agarrotadas, buscaban la forma de aliviar tensión a través del arte, porque volar su cuerpo ya no podía y el arte le sanaba algunas rigideces. Aunque nunca era suficiente.
Y así se sentó a la espera de un futuro que llegaba a sus ojos con cada segundo que pasaba. Ese futuro, ese presente, aunque ahí estaba, no era el que deseaba, pues no veía en él algo distinto que la motivara a ponerse de pie y por lo menos bailar.
Y se quedó sentada, esperando, esperando, esperando.
Qué más podía hacer, se preguntaba, si afuera todo seguía prohibido.
Y la luz tenue que entraba por la ventana se hacía aún más tenue, y ella seguía ahí sentada, esperando, esperando, esperando.
No fue fácil para esa alma inquieta aceptar todo aquello sin que de vez en cuando le desesperanzara la paciencia.

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01.01.2021