Retrato de una partida.

Lo lamento, me dijo al ver mis ojos desorbitados de sorpresa. A ella siempre le resultó sencillo despedirse cuando ya no sentía quedarse. La conocía bien, y no era como yo, que me lamentaba siempre en un largo llanto por lo que no pudo seguir siendo. Ella era libre y se amaba enteramente. Algo que todos deberíamos hacer. Pero tenía algo que, por ser tan visceralmente intensa y libre, lo hacía un poco difícil para quienes deseábamos amarla: prometía cosas que luego no podía sostener, aunque quisiera realmente. Prometía un amor que, con el tiempo, parecía desvanecerse. Y no era que mentía cuando lo decía. Ella siempre fue real. Siempre sintió en demasía, y lo expresaba sin restricciones. Pero el amor parecía serle arena entre sus manos. Fina, cálida, suave y blanca arena entre sus dedos de artista.
Lo lamento, me dijo y me acarició la mejilla izquierda y la besó. La izquierda, como si así doliera menos su partida, como si esa caricia pudiese suavizar el corte profundo que sus anteriores palabras hacían segundo a segundo en mi carne. Pero no era su intención lastimar. La conocía bien, su corazón era tan bondadoso. Y por eso siempre se entregó a amar intensamente a todos sus amantes, incluso en momentos cuando el barro le llegaba hasta las rodillas y arriba hubieran truenos. Sabía de amor, sabía de amar, de verdad. Siempre amó lo real.
Lo lamento, me dijo con su mirada desbordada de compasión. Sabía lo que esas dos palabras causaban en mi interior. Ella siempre fue consciente de todo. Y así me lo advirtió desde el momento en el que la miré a sus ojos verdaderos y ella a los míos, aquella noche fría al lado del fuego: todo lo que existe, existe aquí y ahora. Tenía razón, y ahora entiendo realmente que su libertad era primero y lo único que podía perpetuarse en el tiempo, en su universo. Su libertad. Su amor, en libertad. Aquellas personas que deseen amarla, deberán comprender que hay un tiempo para hacerlo. Que ella se quedará hasta que sienta que deba seguir su camino, como toda bruja.
Lo lamento, me dijo. No voy a olvidarte, no podré y tampoco quiero, pues este amor trasciende y se eleva a la naturaleza del infinito.
Luego partió, y no dejó pistas de hacia dónde se dirigía. Aunque en mí ha quedado el rastro de su paso, y partes de mi cuerpo moldeadas, transformadas por sus caricias, y algunas nuevas por conocer, pues después de amar a una mujer como ella, una no vuelve a ser la misma persona que era antes de conocerla.
Lo lamento, me dijo. Me sonrió y me besó por última vez y partió. La vi desaparecer entre los cerros, liviana, tan liviana, como si el mismo viento la llevara suavemente, despegando sus pies de la tierra.
Ahora entiendo, que ella siempre amó de verdad, pues siempre amó lo real: el movimiento del presente.

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01.01.2021